Inocencia singular by Barbara Vine

Inocencia singular by Barbara Vine

autor:Barbara Vine [Vine, Barbara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1986-01-11T05:00:00+00:00


10

ESTABA tan acostumbrada a pensar que Laurel Cottage era la casa de Vera que me causó estupefacción oír a mi padre comentarle a mi madre que la iban a vender y que el producto de la venta se repartiría entre Vera, Edén y él. Desde luego, eso era lo que había dejado dispuesto mi abuela, pero mi padre había declinado hacer uso de sus derechos porque Vera necesitaba un sitio donde formar un hogar para Edén, y más tarde había estallado la guerra, desbaratándolo todo. Con suerte, la venta de Laurel Cottage podía reportar mil quinientas libras, y mi padre estuvo hablando mucho de cómo iba a emplear su parte proporcional de quinientas libras: agrandar la casa quizá, o trasladarse a otra, o bien comprar un coche, tal vez amueblar de nuevo la sala, o viajar a Suiza para visitar a los parientes de mi madre… En su imaginación se gastó varias veces aquel importe. Para ser director de banco, cargo al que había ascendido recientemente, era muy ingenuo en lo tocante al dinero.

Mi madre, que era más práctica y mucho más realista, no se hacía ilusiones con respecto a ese dinero. Era una persona que no tenía empacho alguno en decir: «Ya te lo dije», y otra de sus frases favoritas era: «Ya verás como tengo razón», y, efectivamente, por lo general la tenía.

—Cuando murió tu madre, te dije que vendierais la casa. Gerald habría encontrado otra para Vera y Edén podría haber venido a vivir con nosotros. De este modo las cosas hubieran sido muy diferentes.

Desde luego, lo hubieran sido.

—En primer lugar —prosiguió mi madre—, a Edén no se le habrían subido los humos a la cabeza. Trae malas consecuencias sentirse idolatrado.

Mi padre respondió con un tonillo desagradable que no había peligro de que eso ocurriera en nuestra casa. Me resultó entretenido especular acerca de cómo me habría sentido yo si hubiera tenido junto a mí a Edén en el papel de una especie de hermana mayor. No tenía ni idea de que hubiesen contemplado esa posibilidad. ¿Habría ello interferido en lo que George Eliot llama «la sigilosa convergencia de los destinos humanos»? ¿Habría alterado el curso de los acontecimientos, de modo que Vera hubiera podido celebrar su septuagésimo octavo cumpleaños tomando el té con Helen y conmigo la semana pasada? Y tal vez Edén habría estado con nosotras, hecha una señora de sesenta y tres años, vivaz y con el cabello teñido de rubio. Quizá Francis hubiera entrado con su andar indolente, para, según su costumbre, dejar caer unas palabras que habrían causado un desastre, igual que Ate hizo al lanzar la manzana de oro entre los invitados a la fiesta. También Jamie podría haber estado allí, tal como era, en lugar de convertirse en un exilado voluntario. ¿Quién sabe? Sin embargo, creo que teniendo en cuenta la guerra y la personalidad de los actores de aquel drama, las cosas habrían ocurrido casi de la misma manera.

Edén no escribía nunca, pero Vera sí lo hacía y continuaba afirmando que Edén estaba en Escocia en su calidad de miembro del Servicio Femenino de la Marina.



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